Hoy quiero defender la capacidad y necesidad de perdonarse a sí mismo. Hablamos mucho de auto-estima, auto-transcendencia, auto-actualización…. Hoy quiero sugerir la AUTO-COMPASIÓN.
Porque en la raíz de muchos de nuestros malestares está el ser inflexibles con nosotros mismos y no ser capaces de perdonarnos, seguramente porque creemos que somos omnipotentes y podemos conseguir todo lo que deseamos. Porque no nos tratamos con misericordia. La misericordia se suele entender dirigida a los demás, pero es fundamental que nos demos permiso para sentir la compasión ante nuestra realidad.
Perdonarse tiene que ver con nuestra capacidad de asumir nuestros propios errores y nuestras limitaciones. Nunca se va a perdonar aquel que cree que lo puede conseguir todo, porque un fracaso le supondrá un encontronazo con la imagen que tiene de sí mismo. No se va a perdonar quien está envuelto en un halo de invulnerabilidad, porque el destrozo a su propia imagen le supone más daño que vivir con la propia culpa. Perdonarse tiene que ver con aceptar que a veces no puedo hacer nada, por el motivo que sea, que las cosas y circunstancias me superan muchas veces.
Me siento culpable –lo diametralmente opuesto a perdonarse- cuando creo que no he hecho lo suficiente para cambiar una situación o solucionar un conflicto. Pero si somos capaces de reconocer nuestras limitaciones, pronto comprenderemos que no podíamos hacer nada, al menos en ese momento, y que lo único que resta es ser compasivos con nosotros mismos y aprender de la situación. Yo no puedo hacer nada para evitar, por ejemplo, que un asesino dispare contra alguien o que me violentaran. Creer que podíamos hacer algo en esas u otras circunstancias es una forma de castigarnos a nosotros mismos con la culpabilidad. Pero es más agradable pensar que lo podemos todo que encontrarnos con nuestros propios límites. Necesitamos humildad para reconocer que somos limitados.
Me perdono a mí mismo cuando me amo incondicionalmente, más allá de mis aptitudes y limitaciones; cuando no somos compasivos, nos subvaloramos y autoflagelarmos, aumentando nuestra sensación de inseguridad. Somos capaces de ser los más duros con nosotros mismos y así no hay quien mantenga a flota la autoestima. Una forma de hacernos daño es alimentar los propios errores dándoles vuelta en la memoria, volviendo a ellos una y otra vez y no dejando que pasen a ocupar el lugar en el pasado que les debe corresponder. Por eso tenemos la sensación de que se han cerrado todas las puertas, de que no hay salida. Vivimos encerrados en nosotros mismos y nuestros problemas, en nuestra falta de capacidades y olvidamos nuestra capacidad de aceptarnos serenamente.
Perdonarse tiene mucho que ver con conocerse a sí mismo. Cuando nos conocemos, sabemos cuales son nuestras capacidades y nuestras limitaciones y aprendemos a convivir con ellas. Quien no se conoce a sí mismo vive como extraño y ajeno todo lo que le ocurre, no encuentra una explicación a lo que le sucede. Sin embargo, si sabemos cómo somos, todo lo que hacemos o dejamos puede tener sentido a partir de lo que conocemos de nosotros mismos. Tener la capacidad de perdonarse a sí mismo no significa que todo lo que encontramos en nosotros nos guste; la posibilidad de cambio está siempre abierta, pero la transformación no se va a producir si primero no estoy en paz conmigo mismo. Y para eso es fundamental saber perdonarse, saber aceptar que hay partes de nosotros que necesitan mejorar, pero que son lo que tenemos y con ello tenemos que vivir. No tener compasión con uno mismo nos hace entrar en la espiral de la culpa, que nos empequeñece y nos lleva –porque somos una unidad- a ser más proclives a las enfermedades, la amargura y la tristeza.
APRENDER A PERDONARSE
Como todo en la vida, la autocompasión es un aprendizaje. En ese camino, encontramos cuatro peldaños:
1. Asumir nuestras limitaciones personales y nuestra responsabilidad. Sólo somos responsables de aquello en lo que podemos influir. Lo que no está a nuestro alcance, no es asunto nuestro.
2. Reconocer el error que hemos cometido. No es tan fácil como parece, porque a menudo rechazamos esta parte de nosotros mismos e intentamos desviar balones para no asumir los fallos. Algunas personas se creen tan perfectas que no pueden cometer errores y nunca los van a aceptar; por otra parte, en el lado contrario, están las personas que sienten que todo es por su culpa y se hacen responsables de todo lo que ocurre, aunque no hayan intervenido.
3. Rectificación interna. Volver el corazón a nosotros mismos y cicatrizar las heridas. El perdón es siempre una decisión del corazón, tanto si es hacia nosotros mismos como hacia los demás. Decide mirarte con ojos de compasión, verte tal como eres, no tal como te gustaría ser o haber sido. Mira hacia ti con cariño y descubre qué es lo que ocurrió; seguramente te darás cuenta de que no podías hacer nada para evitarlo, aunque te duela sentir la impotencia.
4. Superación. Porque el perdón mira más al futuro que al pasado. No puedes cambiar lo que ha pasado, no hay vuelta atrás. Pero puedes mirar hacia adelante. Mira tu pasado con compasión y cariño, acepta que las cosas han ocurrido, pero que se han quedado ahí.
Todo perdón supone una cierta conclusión: acabo con algo y empiezo a caminar de una forma diferente. Es una decisión de seguir en marcha, que nos permite avanzar sabiendo que podemos equivocarnos…. Ya lo decía Séneca: errar es humano.